Una pintura enmarcada es ventana que se abre
sobre tu curiosidad. Tu mirada, tu atención, día a día sube escalones buscando
una mayor claridad. Llegaste a estar varios minutos atendiendo al colorido Vibroperro
de Gustavo Roldán (h.) que cuelga en el dormitorio. En varios lugares del
departamento, y debido a su movilidad, te quedaste en silencio con tus ojos fijos
sobre la paleta que usó para pintar uno de sus cuadros el amigo grabador y
pintor Juan José Cartasso. Hace un tiempo le pedí la paleta por considerarla
parte integrante de su arte. Como Cartasso utiliza una por cuadro, me la
obsequió. Nunca imaginó, nunca imaginamos que los colores secos, el después de la
labor, se iban a quedar en tus ojos de pibita recién amanecida. Pero, Julia, lo
más curioso de tu iniciación al arte, es que te llame la atención, y de forma
reiterada, uno de los cuadros grandes del abuelo Rolando, mi papá. Sería
entendible que el otro óleo, más claro, más colorido, fuera el que convocara tu
curiosidad, o todavía más entendible sería que te convocaran los acrílicos que
tienen mayor luminosidad. Tenemos en casa los acrílicos donde el abuelo pintó
los tres cafés donde escribí muchos de mis libros: el México, el Margot,
el Cao, y también hay uno que recuerda a
mi abuelo Julio, el papá de Rolando, y a uno de nuestros perros hermanos:
Garúa. Sin embargo, vos relojeás uno de los óleos más oscuros que ha pintado el
abuelo Rolando. Mirás la noche, la vieja casa de madera, el árbol, la luz
mínima que sale del pozo del agua. Hay una amenaza en la pintura, es el color
que acecha. El cuadro tiene treinta años, el abuelo lo pintó para mí cuando yo
era un muchacho. Iba a su atelier y le leía partes de El color que cayó del cielo de H. P. Lovecraft. La historia me
tenía atrapado y el abuelo me regaló su mirada. Cuando vos te quedás mirando la
oscuridad, un colorcito tibio se mueve en la buena memoria del tiempo, una feliz
manera de enfrentar las sombras.
jueves, 2 de agosto de 2012
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