Los libros se quedan a vivir nuestras vidas
por diversas razones. Por los personajes, no olvido a Francisco, a Bárbara, a Ennio
Costello; y conmigo se quedó la casa de provincia que no paraba de achicarse
por obra de los despreciables Caranchi. No me abandona la opresión vivida al ser
testigo de cómo los patios y los lugares desaparecían: esa casa respiraba en la
condena, porque su autor la había amanecido como ser vivo. Guardo en la
biblioteca mi ejemplar firmado por Montergous. Lo coloqué algunas veces sobre
la mesa del Tuñín de Rivadavia y Medrano, donde con Gabriel nos dedicábamos a
la charla sobre la escritura. Fuimos amigos. Fue mi maestro, no de comas, sino
de ética y oficio. Seguimos en contacto a pesar de su muerte. En los primeros
días siguió sentado a la mesa del café, después viajó a las sierras, pero no
dejó de ser compañía, y de leer mis escritos. Dentro de cada libro, hay un
hombre: el autor, dijo Saramago. Es cierto: hay un hombre y su magia en la
historia de este libro.
domingo, 10 de noviembre de 2013
viernes, 1 de noviembre de 2013
Una historia para Julia (LI)
La mona Jacinta, chancho Cholito, oso Teneme
el oso, la muñeca Kitty y payaso Luigi son tus muñecos preferidos. Después
acompañan en coro cuatro más: una hipopótamo, una ovejita a la que llamamos
perrito, un títere sapo, un caracol. Nueve amigos. Durante tu día, sin falta,
te detenés frente a la cama de una plaza que hay en tu habitación, al lado de
tu cuna. Señalás con dedito al frente y ya entiendo. Cuando ves que entiendo se
te escapa la primera sonrisa. Coloco dos almohadones contra la pared. Te
levanto y te siento en la cama. Acto seguido comienzo con la recolección de tus
amigos. Uno a uno los voy calzando entre mis brazos. Vos mirás contenta,
emocionada, porque sabés qué es lo que va a pasar. No recuerdo cómo empezó este
juego, pero la escena se estableció entre nosotros. Sentada, las manos
nerviosas, no te perdés detalle de la convocatoria de muñecos que hace papá. Al
fin: están todos a bordo. Entonces comienza el conteo: a la una, y en vos
resuena el grito previo a la risa… a las
dos, y te veo todos los dientes… y a las tres, que es cuando mi abrazo se
transforma en abrazo de muñecos, y entonces todos ellos, y todos los hombres
que contiene este hombre que es papá, se abrazan a vos, y dan gracias, muchas
gracias, por tanta maravillosa felicidad.
Una historia para Julia (L)
En Gualeguay, los sábados a la mañana guardan una
pequeña ceremonia. Después de las nueve y cuarto, papá sale rumbo al almacén de
Enrique y Mariano, que está al lado de nuestra casa. Va a buscar la bolsita que
contiene seis tortas negras de la panadería Guerscovich. La distinción de la
que goza una torta negra en esta ciudad, es distinta a la suerte triste que le
toca en Buenos Aires, donde no es más que una factura del montón, una de esas
que quedan últimas en el plato. Apenas tengo el néctar en mis manos, pienso en la
expresión de tu cara. De regreso, espero en la puerta del pasillito hasta que
te veo.
Me descubrís y ensayás un “ohhh”, a veces te llevás una de tus manos a
la cabeza como para remarcar la monería. Te ofrezco el tesoro. Dejás lo que estás
haciendo y te acercás. Los ojos bien abiertos, una sonrisa, siempre una
sonrisa. Venís a buscar la bolsita. Te alejás al tranquito corto. Sabés que hay
que llevársela a mamá Evangelina que prepara el desayuno en la cocina. Sabés
que mamá te recibe con alegría. Sabés que es fiesta. También sabés que las
tortas negras de Gualeguay son muy muy ricas.
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