Levantás la vista y te reís. Estamos lejos.
Vos pegada a la mesada de la cocina, yo cerca de la mesa del comedor. Un trecho
largo para tu destreza recién adquirida. Me mirás. ¿Pensarás en las
posibilidades de éxito? Me agacho y te estiro los brazos: dale, vení con papá.
Te reís. Das un paso y frenás. Soltás gritito de alegría y te largás. Levantás
tus dos bracitos hasta la altura de tus hombros y venís, venís. Pasos cortos y
balanceo. Avanzás cada vez con mayor seguridad. Manos en el aire. Te acercás.
Estiro mis brazos. Llegás hasta papá y nos hacemos abrazo. En tu travesía la
ubicación de tus brazos me hicieron recordar a la criatura del doctor
Frankenstein, o mejor, a la criatura compuesta por el gran Boris Karloff para aquella
vieja película. Me reí de la asociación y dejé que la maravillosa criatura me tomara
del cuello.