Mamá Evangelina y papá acaban de dejarte en el
jardín de infantes Tru-la-la. Es tu sexto día. Me dije: hoy le cuento a Julia
que va muy contenta a jugar y bailar con nenes y nenas, que nunca tuvo un
amague de llanto, que queda tan bonita con una remera blanca y un pantaloncito
negro, zapatillas y medias blancas, gomita blanca que te agarra un poco de
pelo: un plumerito al viento. Se te ve feliz cuando entrás, y feliz al salir.
Tratamos de llevarte y retirarte mamá y papá juntos. Sabés, te veo caminar por
la vereda rumbo al jardín, y otra vez lo que ya te anoté no sé cuántas veces:
no lo puedo creer. Ayer, mientras esperábamos para entrar, una nena, que estaba
a upa de la mamá, empezó a llorar. Vos llevabas el Chancho Cholito en las
manos. Desde abajo, brazo estirado hacia la altura, le ofrecías el muñeco. Tenés
22 meses y unos días: hoy 12 de marzo te escribo, te cuento una más de tus
historias.
jueves, 13 de marzo de 2014
Una historia para Julia 65
Estaban de visita la abuela Adela y el tío
Alejandro. Jugabas en el patio. Ibas y venías, hablabas, pateabas una pelota,
jugabas con un muñeco. Estábamos todos bajo la galería. Quisiste ver las antenas
de cerca, qué papá más exagerado, y entonces te hice upa. Pero el protagonismo
de las antenas fue dejado de lado por la presencia de una avioneta que volaba
en círculos a buena altura. La viste y entonces nos movimos entre los árboles
para que pudieras seguirla con la mirada. Se fue. Cuando al rato volvió a
aparecer, vos estabas parada en el patio: ¡oooohhhh!, dijo tu asombro, y
señalabas con el dedo al cielo. En un segundo bajaste la vista, y buscaste a tu
muñeca Kitty para que ella también viera la avioneta. Pasaba igual que con las
antenas. Pero cuando alzaste a Kitty te diste cuenta de que tu amiga no miraba
al cielo, te miraba a vos. Se miraron. Y rápidamente la hiciste girar y quedó de
cara al cielo. Sí, Julia, en esta vida, muchas veces, vas a tener que resolver
igual de rápido.
Una historia para Julia 64
A la mañana te despertás, llamás desde tu
habitación: mamápapá o papámamá, así: todo junto y a velocidad. Uno de los dos
acude a tu pedido y te acerca a la cama grande, pero contra todo lo supuesto,
el sitio no tiene para vos especial interés. Así que enseguida viene el cambio
de pañales y la colocación de la armadura para la mañana. Querés la mamadera,
vas hasta la mesa de la cocina. La señalás. Tomás la leche recostada en el
sillón mientras ves Paka Paka en la tv. Con mamá Evangelina desayunamos en la
cocina. Terminás la mamadera y la llevás hasta la mesada. Te ofrezco una
galletita. Esta combinación de movimientos se repite y se repite. Podría
decirte que todos la sabemos de memoria, aunque no por eso es menos linda de
transitar. Claro, que le diste una vuelta de tuerca al asunto cuando hace unos
días te pregunté: ¿una galletita?, indicaste que sí con la cabeza, y cuando
terminabas de agarrarla, dijiste: Y una papá. Fue la primera vez que ataste
tres flores en un ramo.
Una historia para Julia 63
En marzo de este año, ahora, en estos días,
Julia querida, comenzamos a construir nuestra casa. Mamá Evangelina y papá
trabajaron siempre, antes y después de conocerse. En ese pasado no tan lejano,
trabajar siempre no significaba tener una casa, comida, educación y salud. Mamá
y papá son trabajadores que sin el apoyo del estado no podríamos estar levantando
una casa. El estado debe apoyar la posibilidad del crédito: la gente empieza a devolver
el dinero prestado desde el momento en que habita la casa. Esto es fundamental,
pocos trabajadores pueden pagar el alquiler del lugar donde viven y la cuota del
crédito por la construcción de la vivienda donde van a vivir mañana. Para que exista
la posibilidad de este tipo de crédito, tiene que haber en el gobierno del
estado: personas que piensen en el otro. No siempre se piensa en los demás
desde la altura del poder. Tenemos hoy la suerte de vivir un tiempo distinto, ¿imperfecto?,
sí, pero con señales donde aparece el registro de lo humano y lo solidario.
Quiero contarte que el artífice de la obtención del crédito, de preparar los
papeles, de tener todo en la cabeza y de ser insistente, es mamá Evangelina. Yo
la acompañé, estuve a su lado, sí, pero es ella quien lo hizo posible. Estoy
orgulloso de ella, y soy doblemente feliz: por contarte de mamá, y por contarte
de esta realidad. Soy feliz porque mañana sé que vas a tener tu casa, pero no
por una cuestión puramente económica, se sabe que esto es importante, pero ante
todo, mi felicidad es porque vas a poder hacer tuyo un lugar. No vas a tener
que andar de mudanza en mudanza por el alquiler de distintas casas. Vas a poder
hacer “tuya” la sintonía de un lugar: tu casa de infancia, esa que te vas a
llevar en el alma cuando emprendas tu propio viaje.
Una historia para Julia 62
Sobre el techo de la casa en la que vivimos,
se levanta una gran torre de metal que sostiene, a gran altura, un vestigio de
otra época: dos viejas antenas de televisión. Empezaste a registrar la
presencia de a poco, y con más decisión cuando viste que algunos pipi detenían
el vuelo sobre el armatoste. Con pipi o sin pipi, comenzaste a pedirme que te
hiciera upa para estar más cerca de las antenas que llegan casi hasta el cielo.
Disfrutás el juego, la mirada te vende. Y yo feliz, nunca me sentí más útil. Te
alcé muchas veces, cuando hay sol busco el reparo del alero de la galería para
que puedas mirar con la misma comodidad que cuando lo hacés desde el llano.
Menuda sorpresa, Julia querida, me llevé cuando te descubrí parada cerca de la
hamaca, casi pisando el jardín, y con la muñeca Kitty, que tanto querés y que te
regaló la abuela Adela, alzada apenas sobre tu cabeza. No podía creerlo. La
antena y papá eran una sola pieza. Ahí estabas, compartiendo tu juego con la
muñeca. Compartir, hija, es una palabra sintonía de vida: hay que tenerla
siempre en la punta de la lengua de cada idea.
Una historia para Julia 61
La tormenta se acerca. El cielo va tomando la
apariencia de cielo escapado de un cuadro del abuelo Rolando. El viento te
despeina. La misma suerte para los naranjos, las rosas, todo el verde amigo que
nos ilumina el jardín. Los pájaros, los pipi, vuelan urgentes buscando refugio.
Yo te digo que se van a la casa. Las nubes se nos vienen encima. Es una tarde
que va camino a una noche prematura. El viento fuerte es un juego. Saltás con
cada ráfaga. Señalás el cielo. Te hago upa, y no me puedo contener, dejo de
mirar al frente para mirar tu perfil de mascarón de proa que en la altura le
entra con más ganas al juego. El viento es más fuerte. Se te escapa un grito de
pura alegría. Después fugan en bandada. Relámpagos sobre nuestro techo. Caen
las primeras gotas sobre las baldosas, y una marca tu mano derecha. Mirás
tratando de descubrir el rastro del beso que te dejó este fantasma de
naturaleza enamorada. El viento y tu pelo. Tu perfil. Tu mirada intrigada.
Una historia para Julia 60
Mientras descubrís estos tiempos de vida
gualeya, vos y yo guardamos una ceremonia, un guiño que nos hace felices. Tiene
que ver con la música. Vos estás jugando: en lo que sea: dibujando, paseando a
la mona Jacinta. Si estás muy entretenida y me lo permitís, aprovecho y escribo
en la computadora. Por lo general esto sucede de mañana, mientras mamá
Evangelina trabaja en el estudio. A veces busco la música que tengo almacenada
dentro de mi herramienta, y sin avisar, toco la tecla indicada. Tus manos se
detienen, me buscás con la mirada, te parás y te acercás. Estás a mi lado, muy
sonriente mi Julia. Te miro y vos estirás los brazos: querés upa. Así empieza
lo mejor: te alzo, apoyás la cabeza en mi hombro, trato de pasearte al ritmo de
mi blues, digo que trato porque papá nunca bailó, y entonces es medio de
madera, pero te juro que con vos en brazos tengo la sensación de remontar este
sueño en un barrilete. Descubrís tu cara para mirar tu manito izquierda, que
juega en el aire al compás de la música. Yo espío tu perfil mientras sumo mi
mano al juego de la tuya. De felicidad está hecho tu retrato. Nos alejamos de
la computadora, regresamos: felices durante dos o tres blues: Eric Clapton, B.
B. King, Johnny Winter, Buddy Guy, Steve Ray Vaughan, Otis Spann, Freddie King,
Pappo. Tu felicidad en mis guitarras, en mi blues, en la sintonía de mi abrazo.
Como si bailáramos, pero en barrilete.
domingo, 9 de marzo de 2014
La cocina (La foto: Tiempo Argentino 09/03/2014)
La vida es una suma de tiempo que deja rastro visible
en los cacharros de la cocina. Vuelta y vuelta se cocinan los días. Condimento
a gusto de esperanza, sueños, miedos, muertes silenciosas. Cacharros en tensión:
en ello pienso cuando miro la vida del que cuenta historias: cuántas más
saldrán del caldero, cuántas más entrarán en el silencio tiznado de la
historia. Cuánto dura la cocina de la escritura, cuánto tarda en cocinarse un
personaje creíble en una cocina económica que respira con la leña justa. Un
hombre de tinta que muchas veces tarda en tener nombre y que nace en los
recreos del que tiene que ganar la moneda para su sustento. La idea es sorprender
al arte con la mejor caricia. De caradura este escritor mete mano, toca,
ofende, raspa, la pollerita de los días y noches sin fisuras: revuelve, sin
paz, con el pensamiento, en el papel, con la tinta, con teclas, repitiéndose
ideas sobre los cacharros fundacionales de su cocina. Una batería chamuscada le
resguarda la inventiva, las dudas: a qué inventar, si la mejor literatura esta
en la calle, en las brasas, la leña, en el fuego inesperado de mi propia cocina.
El escritor sabe de la última cena. Sabe que llegará sin aviso, lenta o rápido
serán detalles que solo importarán a los demás, los que todavía tengan lugar en
la mesa, los que sigan manchando cacharros de cocina. Con el barco escorado
habrá que encarar la última página en blanco, mancharla, dejar constancia del
límite de la sombra en la pared más cercana. Habrá que utilizar una braza apagada
mientras bajo la económica quedan tres tirantes y el corte de una rama.
martes, 4 de marzo de 2014
Cuando el cielo se oscurece (La foto: Tiempo Argentino: 02 de marzo de 2014)
Cuando el cielo se oscurece no puedo dejar de pensar
en los cuadros que pinta mi viejo. Cielos de puras sombras son los que abren la
tranquera para que entre la noche. Mi viejo juega al alquimista sobre una vieja
paleta de madera. En ella amansa la esencia de la luz para ir acomodando su
manera de sentir la noche. Una vez lograda la oscuridad primigenia, inicia el
pincel su simple laborar. Lleva noche, y recorta para el regreso un momento del
día. Lo acerca a la paleta donde enseguida, en la espesura de sus gamas bajas,
se silencian los reclamos de la luz. Óleo color tierra, color nubes de
tormenta. Recuerdo un cuadro: El cielo bajó a los campos. La tierra y el cielo,
nuestros límites, formando una galería, un túnel, un destino. La vida, la
mayoría de las veces, transcurre bajo un cielo de tormenta como los que pinta
mi viejo. Los veo desde pibe. Me sigue resultando extraño levantar la vista y
ver el azul cielo que anida sobre mi casa en la provincia. Los cielos de mi
viejo son oscuros porque en ellos se mezcla una pizca de su personalísima
poética del desencanto: una sincera enumeración de destinos desafortunados que
vieron la luz por propia mano, por manos extrañas, y por las manos que siempre
están antes de las nuestras. Todos debemos terminar el cuadro que empezó a
pintar otro. Quizá por saber que esas historias ‘vieron la luz’ mala, mi viejo
trata de controlar la claridad: tenerla a tiro, con poca soga. Siempre anduvo
atento por la vida, sabe que se siente mejor en la noche, bajo los cielos de
tormenta. Él mira desde su proa. Como Turner, uno de sus pintores admirados.
El mensaje (La foto: TIempo Argentino: 16 de febrero de 2014)
De pibe viví en la provincia de Buenos Aires,
en el oeste, en Martín Coronado. La
Capital quedaba lejos, y se la visitaba de vez en cuando. Fue
aventura de pequeño viajero ir a algunas canchas de fútbol. Fue aventura
recorrer también varias galerías de arte en una tarde. Mi papá me llevó a ver
fútbol con hinchadas amigas, y a ver exposiciones, a conocer pintores y
pinturas. Al parecer la vida sucedía en la Capital. Mis ocho
años de viajero entre dos mundos me llevaron al convencimiento de que más allá
de la General Paz,
después del tren y el subte, se llegaba a una tierra de misterio, belleza y
pasión. Sucedió que mi papá, en un diciembre, llegó silencioso portando una
maravilla técnica. La ocultó sobre el techo del mueble donde se velaba la porcelana
que nunca se usaba en la mesa de todos los días. Mi papá pintaba su arte, y a
mí, quizá por esas posibilidades que ofrecen los viajes, se me dio por
encontrarme de maravillas con la lectura. Entre Julio Martín, mi abuelo poeta,
y los libros, pronto me darían ganas de jugar a ser escritor. Lo oculto se
rebeló en la nochebuena. Venía en bolsa de plástico. Plegado con suma
prolijidad. Tenía esqueleto mínimo de alambre, y una boca ancha como para
entrarle con un beso audaz a la explosión de la noche. Mi primer mensaje a otro
cielo del universo lo envié a bordo de un globo con coraza de papel. Se elevó
lento. Llevaba el corazón caliente, igual su saliva. No llevó palabras mi
mensaje, consistió en el más puro asombro de pibe. El artefacto llegó desde la Capital. Durmió un
último sueño antes de entrarle al misterio de mi provincia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)